De los festivales de música en las terrazas para hacer el vermut, la imagen de chicos armados con un abanico que utilizan para ahuyentar el calor, pero también como complemento indispensable de su imagen, está más que normalizada.Pero cuando Locomía irrumpió en escena a finales de los años ochenta, la instantánea de cuatro hombres con una indumentaria excéntricamente barroca (¡aquellas mejilloneras!) que hacían danzar abanicos gigantes con gran precisión coreográfica causó un enorme revuelo.También cierta curiosidad.Y muchísimos comentarios burlones de poso homófobo.¿Quiénes eran Locomía?¿Un fenómeno tan llamativo como pasajero?¿Un grupo de música que no trascendía su vistosa apariencia?¿Un producto para promocionar Ibiza como marca, y viceversa?¿Una pequeña revolución queer en la todavía muy heteronormativa escena musical de la época?Locomía, la recién estrenada docuserie de Jorge Laplace+, intenta responder a estas preguntas a partir del testimonio de los fundadores, los diversos integrantes y los mánagers del grupo.No hace falta haber sido fan (o hater) de la formación para disfrutar de la serie.Sus responsables la han planteado como una inmersión en los mecanismos internos por un lado muy singular que a la vez resulta un retrato muy elocuente sobre las formas de funcionar de la industria y el fandom de la época.Los guionistas han inscrito la evolución de Locomía en el contexto de las mutaciones que vivió España entre la Transición y los Juegos Olímpicos.Locomía encarnarían unas ansias de modernidad y provocación que se gestaron en el underground, en este caso en Barcelona;que hicieron su eclosión en un escenario propicio y sediento de nuevos estímulos como el Eivissa de los ochenta, y que acabaron coaptadas por una industria musical, con sede en Madrid, con todas las dinámicas propias del capitalismo avanzado.Su historia sería, pues, la de la asimilación en el mainstream de un proyecto de vocación transgresora.Los detalles que se dan en el segundo episodio sobre cómo el contrato con la discográfica les obligaba a ocultar su homosexualidad, con cláusulas que especificaban que sólo se podían maquillar dentro "de lo que se consideraba lógico en una estética masculina", ponen de manifiesto hasta qué punto la industria del entretenimiento se ha regido durante décadas por una manifiesta homofobia.La gran operación en este sentido de su mánager madrileño, José Luis Gil, fue convertirlos en una boy band: un grupo de hits bailables dirigido sobre todo al público femenino con integrantes atractivos pero fácilmente sustituibles.Resulta sorprendente en este sentido el éxito de Locomía en América Latina, con fandomes apasionados que leían al grupo sólo en clave heterosexual.Pero Locomía, la serie, también está planteada como un culebrón de altura sobre la ambición de poder, el control, la manipulación, los enredos amorosos, los celos y las traiciones que ríe tú de Succession o Élite.Basta decir que el primer episodio cierra con un momento en que a los protagonistas les queman la casa de Eivissa... El documental cuenta con dos protagonistas tan jugosos como Xavier Font, héroe y malvado a la vez, el fundador del grupo pero en más de un momento su peor enemigo, y José Luis Gil, el productor y mánager que les catapultó a la fama desde dentro de la industria privándoles a cambio de su esencia más queer.Dos fuerzas antagonistas que aún ahora se odian a matar con una energía que la serie aprovecha a su favor.Font, sobre todo, no tiene pelos en la lengua, y se agradece su honestidad sobre su propia mezquindad en algunos momentos.Todo porque él considera que "Locomía es mía".En Locomía, la serie, los puñales se manejan con más fuerza, gracia y profusión que los vanos.