No recuerdo exactamente en qué lugar era la fuente, creo que junto al arco romano de Trieste que se injerta en la pared noble de un edificio de pisos o quiere salir, como la pierna de una actriz en la alfombra roja, que se descubre de la abertura infinita del vestido negro;el Arco de Riccardo es una pose inesperada, un telón abierto en medio de una plaza del casco antiguo, coquetón y gentrificado.Haciendo memoria sitúo la fuente cerca del arco porque antes el guía nos había enseñado los vestigios del teatro romano y nos había recordado, justo en un estrecho callejón que en otro tiempo había sido el gueto de los judíos, el discurso que Mussolini hizo en la ciudad portuaria el 18 de septiembre de 1938 decretando las leyes raciales;a media hora en coche se encuentra San Sabba, un antiguo molino de arroz, campo de concentración de los judíos italianos.Borré la foto de la fuente, porque debía desaprobar la pintada, el ataque al bigote de la cara escultórica que la engalanaba, pese a la argumentación con la que el guía, historiador, nos había ilustrado.Explicó que simbolizaba a los piratas turcos que desde el Adriático atacaban a las poblaciones de la costa de Istria, cuyo jefe se exhibía como trofeo, encaramado en el marco de la fuente.Esto era la versión oficial.La popular, que no enmascara la verdad, es que era la imagen del emperador austríaco, y de ahí las pintadas, burlonas contra el poder.Podemos percibir cierta blanor e indulgencia en la gamberrada al patrimonio, que nos hace fotografiarlo como postal de viaje, cuando la agresión a golpe de spray es a dictadores o personajes de perfil oscuro;es la única rebelión posible, como la estatua ecuestre de Franco decapitada en el Born en el 2016. Son estatuas de homenaje de memoria indigno.Es muy distinto cuando se ataca el arte que se expone en la calle.O cuando el símbolo turístico se ha mutilado y pintado, disfrazado de protesta;como todos los actos de sabotaje sufridos por la sirenita de Copenhague.Sin embargo, hay en el caso de la acción vandálica en la escultura, delicada y dulce, de Fidel Aguilar, en la Corte Real de Girona, algo más.Es una agresión machista que apunta directamente, con un rojo que duele, y que da diana a los pezones y al pubis, símbolos de la feminidad, y quiere borrar su cara, su identidad.Invisibilizar a la mujer, que sea sólo cuerpo y carne: sexo.Es una violación vista como una imbecilidad de noche, ejecutada por machos primarios, que consideran a la mujer una simple hembra, hecha de bronce o con muslos flácidos y prominentes, como una propiedad que, en vez de respetar y admirar, es necesario dañar y ofender, de manera torpe, pero con la rabior de quien ni tiene alma ni corazón.